Pontificio Consejo para la
Familia
EVOLUCIONES
DEMOGRÁFICAS:
DIMENSIONES ÉTICAS Y
PASTORALES
Índice
INTRODUCCIÓN
PRIMERA PARTE
REALIDADES DEMOGRÁFICAS
ACTUALES
Capítulo I: EVOLUCIONES
DIVERSIFICADAS
- Crecimiento y geografía de la población
- ¿Una «segunda revolución demográfica»?
- Los continentes en vía de
desarrollo
Capítulo II: POBLACIÓN Y
SOCIEDADES
- Crecimiento demográfico y nivel de
vida
- Alimentación, recursos y
población
- Ambiente y
población
SEGUNDA PARTE
ACTITUDES RESPECTO DE LAS REALIDADES
DEMOGRÁFICAS
Capítulo I: CONTROL DE LA POBLACIÓN Y
DESARROLLO
Capítulo II: MÉTODOS DE CONTROL DE LA
POBLACIÓN
- Contracepción
hormonal
- Esterilización
- Aborto
- Infanticidio
TERCERA PARTE
POSICIÓN ÉTICA Y PASTORAL DE LA IGLESIA
CATÓLICA
Capítulo I: ENSEÑANZA DE LOS
PAPAS
- De Juan XXIII a Pablo
VI
- Juan Pablo II
- Dignidad del hombre y
justicia
Capítulo II: PRINCIPIOS ÉTICOS PARA UNA
ACTITUD PASTORAL
- Aportación de la enseñanza social de la
Iglesia
- Por la vida y la
familia
- La elección
responsable
Capítulo III: ORIENTACIONES PARA LA
ACCIÓN
- Correcto conocimiento de las
realidades
- Política familiar
- Justicia para la
mujer
- Ningún compromiso
posible
CONCLUSIÓN
- Desarrollo, recursos y
población
- Solidaridad con la
familia
INTRODUCCIÓN
1. Con la publicación de este texto, el
Pontificio Consejo para la Familia se propone aportar elementos de reflexión
sobre las realidades específicas en el campo de la población. La primera parte
del documento examina las evoluciones demográficas. La segunda describe las
actitudes respecto de las realidades demográficas. La tercera parte expone los
principios éticos, a cuya luz la Iglesia analiza las realidades demográficas;
esta iluminación fundamenta las orientaciones pastorales propuestas.
2. En efecto,
las evoluciones demográficas serán objeto de reflexiones, estudios y reuniones a
nivel internacional y también a niveles regionales y nacionales, a fin de llegar
a comprender mejor las situaciones concretas. Este documento consentirá a las
Conferencias Episcopales y a las Organizaciones católicas estar mejor informadas
sobre estas realidades. A partir de aquí podrán elaborarse líneas de acción
pastoral.
3. Este
instrumento de trabajo preparado por el Pontificio Consejo para la Familia, es
fruto de una labor paciente, después de haber consultado y dialogado con
especialistas -teólogos, pastores y demógrafos-. Se propone conseguir que los
hombres tomen conciencia de los valores sobre los que debería basarse una
comprensión plenamente humana de las realidades demográficas. Estos valores son
la dignidad de la persona humana, su trascendencia, la importancia de la familia
en cuanto célula fundamental de la sociedad, la solidaridad entre pueblos y
naciones, la vocación de la humanidad a la salvación.
El Pontificio
Consejo para la Familia, que tiene competencia ética y pastoral en materia de
demografía, ofrece este documento como un servicio a las orientaciones de la
pastoral de la Iglesia. Sobre todo, los principios éticos han de guiar dicha
pastoral en el campo de la demografía, porque las cuestiones demográficas
influyen sobre la familia en lo referente a la libertad y responsabilidad de los
esposos en su misión de transmitir la vida. La Iglesia, con realismo, reconoce
los graves problemas relacionados con el crecimiento demográfico tal como se
presentan en las diversas partes del mundo, con las implicaciones morales que
ello comporta (1). Al mismo tiempo, la pastoral de la Iglesia debe tener en
cuenta los diferentes efectos, actuales y futuros, de la caída de los índices de
natalidad en muchos países. Por tanto, conviene comenzar por el análisis
objetivo y sereno de las distintas evoluciones demográficas.
PRIMERA
PARTE
REALIDADES DEMOGRÁFICAS
ACTUALES
Capítulo I
EVOLUCIONES DIVERSIFICADAS
4. A lo largo
de este siglo, el número de habitantes en nuestro planeta ha aumentado de modo
continuo. Se estima en 5.506.000.000 a mitad del año 1993 (2). El crecimiento de
la población se ha de interpretar a la luz de factores bien identificados y bien
entendidos. El más importante de dichos factores es absolutamente inédito en la
historia de la humanidad: se trata del aumento de la esperanza promedio de vida;
éste se ha más que duplicado en un siglo, en muchos países. El aumento es fruto
de una mejor situación sanitaria y del nivel de vida, de una mejor producción
alimenticia y de políticas más eficaces. En menos de dos siglos se ha verificado
un descenso casi general de los índices de mortalidad infantil y este descenso
en numerosos países es superior al 90%. Al mismo tiempo, la mortalidad materna
ha disminuido también en grandes proporciones.
1. Crecimiento y geografía de la
población
5. De 1950 a
1991, la población mundial se ha duplicado. Sin embargo, el índice del
crecimiento demográfico disminuye tras haber alcanzado un máximo en los años
1965-1970 (3). Esta desaceleración en la evolución de la población mundial es
coherente con lo que la ciencia de la población llama «transición demográfica»,
es decir, el descenso de los niveles de mortalidad y natalidad cuando los países
gozan de condiciones sanitarias y/o económicas más adecuadas, que modifican
considerablemente el régimen demográfico.
En todo caso es
de notar que las evoluciones demográficas se presentan de modos muy diferentes
según los países. En los países llamados desarrollados se aprecian bajas muy
importantes de los índices sintéticos de fecundidad (4). En la casi totalidad de
dichos países, el índice se sitúa a un nivel inferior al necesario actualmente
para asegurar el mero reemplazo de generaciones. Por el contrario, en los países
considerados en vías de desarrollo, los mismos índices se hallan a un nivel que
permite el reemplazo de generaciones, habida cuenta de sus condiciones
sanitarias y de su régimen de mortalidad.
Pero, si bien
las evoluciones son muy diferentes, en el período que va de los años 60 hasta
nuestros días, el descenso de la natalidad (muy importante en la casi totalidad
de las regiones del planeta), es indiscutiblemente perceptible en los datos
publicados por los organismos especializados. A pesar de ello, con frecuencia es
desconocida.
6. Otra
evolución importante es aquella de la geografía de la población. Así vemos que
la urbanización crece sobre todo en los países en vías de desarrollo, como
consecuencia de la emigración rural y de las migraciones internacionales
dirigidas casi siempre hacia territorios urbanos. Es verdad que ciertas
políticas -sobre todo las fiscales y/o agrarias- procedentes de instancias
nacionales o internacionales, no han estimulado el desarrollo del ambiente
rural. Por otro lado, la urbanización se explica por la evolución de las
estructuras de producción y por el deseo de acceder a mayores posibilidades de
empleo, a mercados de producción, a almacenes, a instituciones educativas, a
establecimientos sanitarios, a diversiones y a otras ventajas ofrecidas por la
ciudad.
7. Para
comprender las evoluciones demográficas, es preciso estudiar las migraciones.
Son varios los factores que permiten captar su importancia. Tristemente la
actualidad política nos enseña que cada día hay hombres obligados a desplazarse
para escapar de guerras o de linchamientos; esto a veces da lugar a éxodos en
masa (5). Otras personas, con la esperanza de mejorar sus condiciones de vida,
se desplazan por motivos económicos, a fin de evitar el paro y encontrar un
trabajo mejor remunerado. A causa de los cambios estructurales que se verifican
en los modos de producción, también las situaciones económicas figuran entre las
causas de migraciones importantes: emigración rural, emigración desde regiones
antiguamente industrializadas, emigración hacia tierras prometedoras de
porvenir. Las migraciones inciden en la fisonomía del país, en su evolución, en
la geografía de su población; y esto vale tanto para los países de emigración
como para los de inmigración.
2. ¿Una «segunda revolución
demográfica»?
8. ¿Cómo
entender la evolución de los comportamientos de cara a la natalidad en las
sociedades «desarrolladas»? La importancia del descenso de la natalidad inclina
a algunos a hablar de una «segunda revolución demográfica». Se trata de un
cambio tan considerable como lo había sido, aunque en otro sentido, la «primera
revolución demográfica». Ésta, de alguna manera, había consentido «domesticar la
mortalidad» y, más concretamente, las tres mortalidades que acompañaban
anteriormente los ritmos demográficos: mortalidad en el parto, mortalidad
infantil y mortalidad de adolescentes.
9. Esta segunda
revolución demográfica tiene causas diversas que son, ante todo, de orden moral
y cultural: hay que buscarlas en el materialismo, el individualismo y la
secularización. De aquí que muchas mujeres se vean cada vez más impulsadas a
trabajar fuera del hogar (6). De ello resulta un desequilibrio de las
estructuras por edad. Dicho desequilibrio genera ya desde ahora problemas
políticos, económicos y sociales. Sin embargo, estos problemas corren el peligro
de no manifestarse con claridad sino al final, pues las evoluciones demográficas
suelen ser de larga duración. Por ejemplo, cada vez va a ser mayor el número de
ancianos que van a depender de pensiones aseguradas sólo con el trabajo de la
población activa, cuya disminución será cierta, a juzgar por la lectura de las
proyecciones demográficas. En varios países avanzados, se verifica un «invierno
demográfico» cada vez más riguroso; las autoridades están comenzando a
inquietarse: hoy hay más féretros que cunas, más ancianos que niños.
10. Una de las
consecuencias más graves del envejecimiento de la población podría ser la
degradación de la solidaridad entre generaciones, que llevaría a auténticos
conflictos en el reparto de los recursos económicos. Las discusiones sobre la
eutanasia quizá no sean ajenas a estas evoluciones conflictivas.
11. Con
frecuencia se entiende mal esta «segunda revolución demográfica» y ello por tres
razones. Primeramente porque las sociedades que disfrutan de las ventajas
producidas en los tiempos en que la natalidad era suficiente, se siguen
beneficiando de las estructuras por edad favorables de su población activa.
Esto, entre otras cosas, hace posible, por el momento, producciones elevadas.
Apenas comienzan a sentirse los efectos negativos que producirá la reducción de
la natalidad en los campos económicos y sociales. Asimismo, la presencia en
estas sociedades de mano de obra extranjera contribuye a retrasar la percepción
de esta disminución de la natalidad y de las consecuencias que pueden seguirse.
Y, en fin, el fuerte descenso de la natalidad, al traducirse en menores
inversiones en recursos humanos y, por tanto, en formación, pone en circulación
medios financieros a corto término percibidos como ventajas, pero de los que las
generaciones presentes se benefician en perjuicio del futuro (7).
12. ¿Qué ha
sido de Europa oriental tras la caída del sistema comunista? Se constata
generalmente que sensibles descensos de la natalidad en ciertos países, conducen
a un número de nacimientos menor que el de fallecimientos, a semejanza de cuanto
constatamos en ciertas regiones de Europa occidental. Durante varios decenios,
los pueblos de Europa oriental han padecido políticas demográficas diversas, con
frecuencia no respetuosas de la persona humana, a veces, autoritarias,
inspiradas en los a priori de la ideología marxista-leninista y los imperativos
atribuidos a las «necesidades» de la historia. Sus comportamientos demográficos
actuales no pueden entenderse sin tener en cuenta los residuos del clima en el
cual han sido sumergidos. Además, estos países están expuestos a la influencia
de los modelos de consumismo de Europa occidental.
3. Los continentes en vía de
desarrollo
13. Según las
estimaciones más corrientes, África es un continente de alta natalidad, pero
también es un continente poco poblado, con bajas densidades en la mayor parte
del territorio. Por otra parte, se ha puesto en mayor evidencia, en este
continente, el carácter aleatorio de ciertos datos demográficos (8). Con
frecuencia las condiciones sanitarias y políticas de África contribuyen a
limitar el descenso de la mortalidad, a detenerlo incluso en algunos países (9).
Por otra parte, conviene llamar la atención sobre las futuras consecuencias
demográficas del SIDA, que podrían ser dramáticas en ciertas regiones.
En África del
Norte, la baja de la natalidad aparece ya como fenómeno asentado, si bien el
juego de las inercias propias de los fenómenos demográficos encubre cierta
potencialidad de crecimiento de la población, con una estructura muy joven por
edad.
14. Si se
considera América Latina en relación con los otros continentes en vía de
desarrollo, la primera característica que sobresale es la de los índices de
mortalidad más bajos, con índices de natalidad menos elevados en América del Sur
templada, que en América del Sur tropical y en América central. La segunda
característica de algunos países reside en que la proporción de mujeres casadas
es más baja que en Asia y África. Esto trae como consecuencia una cifra elevada
de nacimientos fuera del matrimonio (10).
La baja de la
natalidad, en amplia correlación con los niveles de mortalidad citados más
arriba, origina un crecimiento demográfico inferior al de Asia (no comprendida
la ex-URSS) y al de África.
15. En cuanto a
Asia, que es el continente que congrega la mayor parte de la Federación de Rusia
y los dos Estados más poblados del planeta, China e India, hay que decir que
mientras que la evolución demográfica de Rusia es comparable, en cierta medida,
a la de Europa oriental, los demás países de Asia presentan situaciones muy
diferentes, no sólo entre Estados sino también en el interior de los Estados.
Entre los países de Asia, los llamados «nuevos países industriales», parece que
algunos están entrando en la «segunda revolución demográfica». Otros, en cambio,
no han concluido todavía la fase de la «primera revolución demográfica» y unen
una natalidad bastante alta a mortalidades igualmente elevadas. De modo que, en
una evolución global marcada por el descenso de la natalidad que ha seguido al
descenso de la mortalidad, Asia experimenta una gran heterogeneidad demográfica.
En el interior mismo de China e India, la natalidad puede duplicarse, y más
incluso, mientras que los índices de urbanización son dos veces menos elevados
que en Europa.
16. Por tanto,
la evolución de la población mundial no puede estudiarse sin tener en cuenta un
dato casi general, es decir, la relación entre índices de fecundidad e índices
de mortalidad (11) y sin tener presentes los enormes contrastes demográficos
existentes no sólo entre continentes sino también en el interior de los
continentes y de los Estados, donde a veces se constatan desigualdades
regionales muy grandes. Reflexionando pues globalmente en términos de población
mundial, se atenúan la diversidad de índices de mortalidad, la variedad de
fenómenos migratorios, las diferencias de los índices de crecimiento de la
población, que en algunos territorios son incluso negativos. Sin conocer dichas
diferencias, no se puede ignorar la realidad de las evoluciones
demográficas.
Capítulo
II
POBLACIÓN Y SOCIEDADES
17. Teniendo en
cuenta los datos cuantitativos proporcionados por las grandes instituciones de
estadística y los factores que entran en juego en la estimación numérica de las
evoluciones, las realidades demográficas son ciertamente muy diversas según las
regiones; y son, además, enormemente complejas (12). Todo estudio de la
población ha de tener en cuenta la historia de los pueblos en cuestión, los
cambios verificados en el régimen demográfico, y también las diferencias
considerables a veces, que existen entre un punto y otro. De cualquier modo,
muchos son -sobre todo entre aquellos cuya experiencia de vida está limitada a
las ciudades- los que se inclinarían a creer que «existe una crisis de la
población mundial». Para justificar el «control demográfico», se ha hablado de
«bomba demográfica», de «explosión demográfica», de «mundo superpoblado», que
dispone de recursos irremediablemente limitados; se dice que existe un
«consentimiento mundial» sobre la urgencia de la situación. Los eslogans
divulgados sobre estos temas no resisten, sin embargo, al análisis, puesto que
la historia del desarrollo de la humanidad demuestra cuán simplista es la
afirmación según la cual sería necesario controlar la amplitud de la población,
para alcanzar un cierto nivel de prosperidad o mantenerse en él. Conviene, pues,
examinar las evoluciones demográficas seriamente y con lucidez.
1. Crecimiento demográfico y nivel de
vida
18. Las
dificultades para el desarrollo en los países en cuestión no han de buscarse
únicamente en el aumento del número de sus habitantes. Muchos de dichos países
poseen recursos naturales considerables, capaces con frecuencia de sostener
poblaciones más numerosas que las actuales. Lamentablemente, este potencial hoy
se halla sub-explotado o mal explotado en muchas ocasiones. Y más en general, la
tierra posee elementos que han resultado ser a lo largo de la historia y gracias
a la creatividad del hombre, recursos decisivos para el progreso de la
humanidad. El origen de las dificultades de los países denominados del Tercer
Mundo se ha de buscar primeramente en las relaciones internacionales. Dichas
dificultades, las ha estudiado y denunciado la Iglesia muchas veces (13). Ante
estas causas que inciden en la dificultad del desarrollo, se hace necesaria la
solidaridad, si bien ésta presuponga un cambio en las políticas de las naciones
desarrolladas.
Existen también
otras causas internas de los mismos países en vías de desarrollo. El bajo nivel
de vida y las carencias alimenticias que incluso llegan hasta el hambre, pueden
ser fruto de malas gestiones tanto políticas como económicas, combinadas
frecuentemente con la corrupción. A ello se han de añadir presupuestos militares
exagerados, en pleno contraste con el bajo importe de los presupuestos dedicados
a la educación; guerras -a veces por la intromisión de otras naciones- o
conflictos fratricidas; desigualdades clamorosas en el reparto de las ganancias;
concentración de medios de producción en provecho de una casta de privilegiados;
discriminación de las minorías; paralizadora carga de la deuda exterior
acompañada de éxodo de capitales; peso de ciertas prácticas culturales
negativas; desigual acceso a la propiedad; burocracias que bloquean la
iniciativa y la innovación; etc. En realidad, si bien hay condiciones objetivas
que explican el subdesarrollo en ciertas regiones del planeta, no existe
fatalidad ante el no-desarrollo, porque todas estas causas pueden vencerse, si
se aplican las medidas oportunas, aunque ello siga siendo difícil.
2. Alimentación, recursos y
población
19. El
crecimiento de la población ¿traería como ineluctable consecuencia sed y
pobreza, desde el momento en que algunos afirman que los recursos alimenticios
mundiales y demás son limitados? Debemos tener en cuenta que el volumen de
recursos a disposición en el planeta ni está pre-definido ni es invariable. La
historia de las sociedades y civilizaciones nos muestra que algunos pueblos, en
determinados momentos de su historia, han sabido explotar recursos no tenidos en
cuenta o desconocidos por generaciones precedentes. De modo que, a lo largo de
los siglos, los recursos de la humanidad no se han estancado ni han disminuido,
sino que han aumentado y se han diversificado. Con el cultivo de plantas
explotadas recientemente, como la patata que ha originado una verdadera
revolución en la alimentación; con el empleo de técnicas nuevas, por ejemplo la
irrigación de los arrozales o el cultivo en invernaderos; la capacidad de
utilizar recursos no apreciados anteriormente como el carbón, el petróleo, los
abonos, el átomo, la arena, los hombres han aumentado los recursos a su
disposición. Dichos progresos son perceptibles igualmente en los sectores de la
agricultura y la ganadería, donde los métodos modernos multiplican las
posibilidades. Desde la energía solar -hoy infrautilizada en gran medida- a los
nódulos submarinos, pasando por los centros de «revolución verde» anunciados por
los agrónomos, habida cuenta sobre todo de los progresos de la ingeniería
genética aplicada al mundo vegetal y animal, los hombres siguen contando con
grandes posibilidades para el desarrollo del planeta (14).
20. Por otra
parte, si se estudia la utilización de las tecnologías agrícolas en los países
más avanzados, se constata que los hombres poseen ya desde ahora la capacidad de
producir bienes alimenticios suficientes para la población mundial, aún en el
caso en que se hicieran realidad las hipótesis planteadas por organizaciones
internacionales en sus proyecciones más altas sobre la población mundial: y ello
sin tener en cuenta los progresos técnicos del futuro (15).
Todo ello
confirma que las carencias más críticas de recursos alimenticios tienen remedio
cuando los hombres están equipados para afrontarlas y procuran ser solidarios
(16).
Las penurias
alimenticias puestas en evidencia por los medios de comunicación estos últimos
años, son consecuencia de guerras y luchas fratricidas, como se puede ver
actualmente en distintos países, o de la mala gestión estatal o privada, mucho
más que de la inclemencia del clima u otras causas naturales.
3. Ambiente y
población
21. Según una
afirmación frecuente, el número de habitantes sobre la tierra es el que produce
la contaminación creciente o la degradación del ambiente. La preocupación por el
ambiente surgió en la Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la
Población de 1974 (17). La Conferencia sobre la Población de Méjico de 1984
trató de nuevo el tema (18); y después, la Conferencia sobre el ambiente y
desarrollo de Río en 1992 (19). Por otra parte, los países desarrollados, con
una fuerte densidad demográfica, presentan menores índices de contaminación que
los alcanzados recientemente en los países de precedente régimen comunista (20).
En estos países, el sistema de producción resulta ser extremamente contaminante.
Los modelos de producción y consumo y los tipos de actividades económicas son
los que determinan la calidad del ambiente. Con frecuencia, la degradación de
éste se debe a políticas equivocadas, que pueden y deben corregirse con
esfuerzos razonables y conjuntos de los sectores público y privado.
22. No es menos
cierto que en las sociedades desarrolladas conviene poner remedio a ciertos
modos de consumo que no respetan el ambiente y no tienen en cuenta las
responsabilidades de nuestros contemporáneos respecto a las generaciones
futuras.
23. El problema
del medio ambiente ha de considerarse a la luz del desarrollo humano, teniendo
presentes los aspectos económicos y sociales del mismo. Por esta razón, todas
estas cuestiones tienen implicaciones éticas. Los hechos confirman que los
países industrializados hacen grandes esfuerzos reales y están dispuestos a
realizarlos para proteger su ambiente. Ello les exige recurrir a técnicas de
producción no contaminantes y tener un alto sentido de responsabilidad. El
problema del ambiente se plantea igualmente en los países en desarrollo. En este
último caso los mayores problemas nacen de la explotación mal controlada de los
recursos naturales, del empleo de técnicas agrícolas anticuadas que agotan el
terreno, o también de la implantación anárquica de firmas -extranjeras
frecuentemente- muy contaminantes. En dichas regiones, la adopción de
tecnologías apropiadas podría prevenir la degradación del medio ambiente. En
todo caso, sería simplista echar sobre las poblaciones de estas regiones, la
responsabilidad de las lluvias ácidas o de otros fenómenos recordados aquí o
allá a propósito de los desequilibrios ecológicos del planeta.
SEGUNDA
PARTE
ACTITUDES RESPECTO DE
LAS REALIDADES DEMOGRÁFICAS
Capítulo I
CONTROL DE LA POBLACIÓN Y DESARROLLO
24. La mención
de los índices de evolución demográfica a menudo desencadena vivas reacciones;
se presentan cifras globales que expresan la relación entre crecimiento
demográfico y natalidad. Según este tipo de reflexión, el control de la
natalidad sería la condición indispensable y previa al «desarrollo duradero» de
los países pobres. Se entiende por «desarrollo duradero» un desarrollo en el que
los diferentes factores (alimentación, salud, educación, tecnologías, población,
ambiente, etc.) que se hallan en juego, estén armonizados para evitar
desequilibrios de crecimiento y pérdida de recursos. Son las naciones
desarrolladas quienes definen para los demás países, lo que, según su punto de
vista, es «desarrollo duradero». Esto explica el que algunos de los países ricos
y las grandes organizaciones internacionales estén de verdad dispuestos a ayudar
económicamente a estos países, pero con una condición: que acepten programas de
control sistemático de su natalidad.
Los que
reaccionan así, generalmente no han asimilado la lógica de los mecanismos
demográficos y, más concretamente, el fenómeno de auto-regulación constatada en
las cifras. Ignoran o infraestiman, por tanto, la importancia de los descensos
de la tasa de natalidad que se constata en los países en vías de desarrollo e
igualmente la disminución demográfica de los países industrializados.
25. Es difícil
encontrar en la historia el ejemplo de un país con tendencia prolongada (más de
veinticinco años) de la disminución de su población y que, a su vez, gozara de
un desarrollo económico sustancial. Incluso se ha demostrado que el crecimiento
demográfico con frecuencia ha precedido al crecimiento económico. La Iglesia,
atenta a las lecciones de la historia, expresadas en algunos hechos recientes,
no puede aceptar que se tome a las poblaciones más pobres como «víctimas
expiatorias» del subdesarrollo. La Iglesia considera esta posición especialmente
inoportuna cuando se contempla a los países sumidos en graves dificultades
económicas, precisamente cuando tienen una densidad demográfica baja y
abundantes recursos explotables. Por otra parte, la Iglesia no puede desconocer
las evoluciones demográficas negativas de los países industrializados,
justamente porque los efectos de dichas evoluciones no pueden ser neutros. Al
mismo tiempo, la Iglesia desea entablar un diálogo constructivo con los que
siguen convencidos de la necesidad de realizar un control imperativo de
población, y con los Gobiernos e Instituciones que se ocupan de políticas de la
población, ya que existen problemas demográficos reales, si bien frecuentemente
son vistos desde una óptica equivocada y se proponen soluciones depravadas para
resolverlos.
26. Conviene
indicar ahora los métodos principales de quienes proclaman la limitación del
crecimiento de la población y ven en ella una de las primeras condiciones del
desarrollo económico y social. Enumerando estos métodos, pondremos una especial
atención al problema del aborto.
Capítulo
II
MÉTODOS DE CONTROL DE LA POBLACIÓN
27. Es de
todos un hecho conocido la existencia de una amplia red internacional de
organizaciones bien financiadas, con el objetivo de reducir la población. Dichas
organizaciones comparten, en medidas diversas, una óptica parecida y preconizan
políticas antinatalistas. Algunas de estas organizaciones con frecuencia actúan
en conexión con compañías que preparan, producen y distribuyen sustancias y
dispositivos contraceptivos (por ej., el «dispositivo intra-uterino» DIU) o
aconsejan la esterilización e incluso el aborto. Dichas organizaciones
promueven, divulgan y con frecuencia aplican, métodos muy variados para reducir
la población.
28. El Santo
Padre ha denunciado estas «campañas sistemáticas contra la natalidad» (21).
Algunas campañas están organizadas y financiadas por organizaciones
internacionales (públicas o privadas), dirigidas con frecuencia por los
Gobiernos. Estas campañas, frecuentemente, se llevan a cabo invocando la salud y
el bienestar de la mujer y se destinan a los jóvenes bajo forma de programas de
educación sexual antinatalista. Conviene destacar de paso que entre los factores
que controlan la demografía hay uno, en diversos países, que no por ser
indirecto es menos importante: la falta de vivienda adecuada para las familias.
En todo caso, los métodos elaborados para controlar directamente los nacimientos
son actualmente los medios principales en curso en el control demográfico.
Abordaremos
aquí principalmente los métodos recientemente desarrollados, haciendo notar que
los métodos «tradicionales» (mecánicos, coitus interruptus, p.e.) siguen
empleándose todavía hoy abundantemente. Todos estos métodos artificiales
plantean problemas éticos importantes sobre cuanto concierne a la vida humana y
sobre los derechos de la persona y de la familia.
1. Contracepción
hormonal
29. La
contracepción hormonal figura entre los métodos modernos de limitación de la
población, difundidos en gran escala a nivel internacional. Algunas relaciones
preparadas por organizaciones internacionales publican periódicamente
estadísticas sobre el número de mujeres que realizan este tipo de contracepción.
Otras relaciones dan a conocer asimismo las iniciativas de ciertas
organizaciones para estimular y financiar investigaciones sobre estos productos
y divulgarlos ampliamente.
30. En algunas
aplicaciones recientes, la contracepción hormonal plantea problemas nuevos. En
efecto, se sabe que la píldora de la primera generación -estroprogestativa-
tiene efecto esencialmente anticonceptivo: hace imposible la concepción al
bloquear la liberación del óvulo. Ahora bien, entre las píldoras presentadas hoy
como contraceptivas, las hay que producen efectos diversos según el caso (22).
Así, la píldora actúa sea impidiendo la concepción sea impidiendo la anidación
del óvulo ya fecundado, es decir, de un individuo de la especie humana. En este
último caso y no obstante los eufemismos acostumbrados en estas materias, dichas
píldoras provocan el aborto del óvulo fecundado. La mujer que utiliza una
píldora de este tipo o algún otro método nuevo de contracepción hormonal (23),
nunca tiene la posibilidad de saber exactamente qué está ocurriendo, ni si en
concreto se aborta.
2.
Esterilización
31. Otro método
de control demográfico es la esterilización femenina y masculina, que está
también muy promocionada en numerosos países. El modo de propagar la
esterilización plantea cuestiones graves sobre los derechos del hombre y el
respeto de la persona. Tales cuestiones se refieren especialmente a la honradez
y calidad de la información dada acerca de la esterilización y sus
consecuencias, así como al grado de consentimiento lúcido y libre obtenido de
tales personas. La cuestión de la competencia del consentimiento se plantea con
frecuencia cuando las personas poseen un nivel educativo poco elevado. Como en
otros casos, también aquí se recurre al eufemismo; por ejemplo, a propósito de
la ligadura de las trompas se hablará de «contracepción quirúrgica voluntaria
femenina».
En el plano
moral, al ser una supresión deliberada de la función procreativa, la
esterilización no sólo viola la dignidad humana sino que incluso suprime toda
debida responsabilidad en el terreno de la sexualidad y la procreación. Los
programas de esterilización han provocado muchas fuertes protestas, con
repercusiones políticas directas en ciertos casos. De hecho, por ser
habitualmente irreversible, la esterilización quirúrgica, a largo término, puede
tener efectos demográficos más netos que la misma contracepción o el aborto.
3. Aborto
32. No obstante
ciertos desmentidos, el aborto (quirúrgico y farmacológico) se presenta abierta
o veladamente como método de control de la población. Esta tendencia se observa
incluso en instituciones que en sus orígenes no habían incluido en sus programas
el aborto. Puede uno preguntarse en qué medida se ha puesto en práctica después
de la Conferencia Internacional de Méjico sobre la Población, la Recomendación
aprobada por dicha Conferencia que rechazaba el aborto como método de control
demográfico.
33. La
Recomendación 18 de dicha Conferencia dice: «No se ahorrará esfuerzo alguno por
disminuir la enfermedad y mortalidad maternas». Y, a propósito de la salud de la
mujer, precisa: «Se invita instantemente a los Gobiernos (...) a tomar las
medidas oportunas para ayudar a la mujer a evitar el aborto, que en ningún caso
se ha de aconsejar como método de planificación familiar; y, en la medida de lo
posible, a tratar con humanidad a las mujeres que han practicado el aborto y
proporcionarles servicios de asesoramiento» (24).
34. Esta
Recomendación fue aceptada por la asamblea de las naciones que participaban en
la Conferencia. Se dirigía a los Gobiernos, algunos de los cuales destinan
fondos a organizaciones de control de la población. Sin embargo, las actividades
e investigaciones efectuadas por cuenta de dichas organizaciones prueban que en
la práctica no se aplica la Recomendación 18. Muchas de estas organizaciones
preconizan, al menos de facto, el aborto entre los métodos de planificación
familiar.
35. En las
sociedades desarrolladas, algunas mujeres consideran el aborto una solución de
emergencia en caso de haber fracasado la contracepción. En los países en vías de
desarrollo se tiende a facilitar el recurso al aborto en cuanto método eficaz de
control demográfico, sobre todo entre los estratos más pobres de la población.
36. Además de
los diversos métodos quirúrgicos, se han elaborado métodos químicos para
provocar el aborto. Podemos mencionar las vacunas anti-embarazo (25),
inyecciones a base de progestativos como la Depo-Provera o el Noristerat (26),
las prostaglandinas, la administración de altas dosis de ostroprogestativos
(llamada comúnmente la píldora del día siguiente) y también la píldora abortiva
RU486 preparada por el Laboratorio Roussel-Uclaff, filial de Hoechst. Además, en
el contexto del aborto precoz, puede incluirse el dispositivo intrauterino
(esterilete).
4. Infanticidio
37. Y,
finalmente, hay que recordar que en ciertos países se sigue practicando el
infanticidio a fin de controlar la población. Las niñas suelen ser con más
frecuencia las víctimas inocentes.
TERCERA
PARTE
POSICIÓN ÉTICA Y
PASTORAL DE LA IGLESIA CATÓLICA
38. La Iglesia,
lejos de permanecer indiferente a las diversas evoluciones demográficas, sopesa,
por el contrario, su alcance y conoce su complejidad. No obstante, ella tiene
que proclamar que entre las actitudes posibles ante este problema, no todas son
moralmente aceptables. La postura de la Iglesia en esta materia no puede ser
dictada por meras consideraciones cuantitativas. Es, ante todo, consecuencia de
la verdad sobre el hombre (27) y de una determinada concepción de la persona y
de la sociedad humana.
39. Vamos a
exponer a grandes líneas esta postura de la Iglesia. En primer lugar resumiremos
la enseñanza de los Papas sobre el tema. Veremos después cuáles son los
principios que la Iglesia pone en evidencia para aportar su contribución a la
comprensión de los datos relativos a la población. Por último, enunciaremos
algunos tipos de acciones que sería oportuno enfocar o estimular.
Capítulo I
ENSEÑANZA DE LOS PAPAS
40. La
enseñanza de los Papas sobre cuestiones morales relativas a la población está
comprendida en un cuerpo de doctrina con varias secciones: la enseñanza sobre la
sexualidad y la familia, y también la enseñanza referente a la sociedad y a los
poderes públicos. Bajo este cuerpo de doctrina subyace toda una visión del
hombre como centro de la Creación y llamado a la salvación.
La Iglesia
siempre ha considerado que el control programado de nacimientos que recurre a
medios directa o indirectamente coercitivos, con el fin de limitar
cuantitativamente la población, no contribuye al auténtico desarrollo humano.
Por otra parte, anticipándose a ciertas críticas contemporáneas sobre teorías y
prácticas «controladoras», los Papas han considerado con suma prudencia lo que a
veces se llama «crisis de la población». Es necesario, sin embargo, hacer notar
que los Pontífices han observado atentamente las evoluciones demográficas, hasta
el punto de prestar atención tanto al crecimiento demográfico de ciertas
regiones como al descenso observado en otros lugares. Al mismo tiempo, los Papas
se han esforzado con tesón por promover la justicia, la paz y el desarrollo. De
este modo querían contribuir a resolver los problemas de la pobreza y del hambre
atacándolos en su raíz. Esta enseñanza de los Papas se halla expuesta en varios
documentos. Sólo mencionaremos aquí los más incisivos, limitándonos, casi por
completo, a los últimos Papas y al Concilio Vaticano II.
1. De Juan XXIII a Pablo VI
41. En su
Encíclica Mater et Magistra, de 1961, el Papa Juan XXIII aludía a los problemas
de la alimentación y a las cuestiones demográficas. Escribía: «Estos problemas
deben plantearse y resolverse de modo que no recurra el hombre a métodos y
procedimientos contrarios a su propia dignidad como son los que enseñan sin
pudor quienes profesan una concepción totalmente materialista del hombre y de la
vida» (28).
42. En la
Constitución pastoral Gaudium et Spes (de 1965), los Padres del Concilio
Vaticano II, aludiendo a las evoluciones demográficas, reafirman los derechos de
la familia y rechazan las soluciones inmorales, incluido el aborto y el
infanticidio (29). Asimismo abogan por el derecho y deber de la «paternidad
responsable», cuya exigencia sólo puede ser cumplida dentro del matrimonio. «En
el deber de transmitir la vida humana y de educarla, lo cual hay que considerar
como su misión propia, los cónyuges saben que son cooperadores del amor de Dios
Creador y como sus intérpretes. Por eso, con responsabilidad humana y cristiana
cumplirán su misión, y con dócil reverencia hacia Dios se esforzarán ambos, de
común acuerdo y común esfuerzo, por formarse un juicio recto, atendiendo tanto a
su propio bien personal como al bien de los hijos, ya nacidos o todavía por
venir, discerniendo las circunstancias de los tiempos y de la situación de la
vida, tanto materiales como espirituales, y, finalmente, teniendo en cuenta el
bien de la comunidad familiar, de la sociedad temporal y de la propia Iglesia.
Este juicio, en último término deben formarlo ante Dios los esposos
personalmente» (30).
43. Este mismo
documento conciliar subraya la importancia del crecimiento demográfico de
ciertas naciones. Afirman los Padres conciliares: «Es sobremanera necesaria la
cooperación internacional en favor de aquellos pueblos... que se ven agobiados
por la dificultad que proviene del rápido aumento de su población. Urge la
necesidad de que, por medio de una plena e intensa colaboración de todos los
países, pero especialmente de los más ricos, se halle el modo de disponer y
facilitar a toda la comunidad humana aquellos bienes que son necesarios para el
sustento y para la conveniente educación del hombre». Y, además, el Concilio
recuerda los límites de la «autoridad pública» y exhorta a todos «a que se
prevengan frente a las soluciones propuestas en privado o en público, y a veces
impuestas, que contradicen a la moral» (31).
44. En su
histórica alocución en la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1965, el
Papa Pablo VI decía: «Aquí proclamáis los derechos y deberes fundamentales del
hombre, su dignidad, su libertad y ante todo la libertad religiosa. Percibimos
que sois los intérpretes de cuanto hay de más alto en la sabiduría humana.
Diríamos casi: su carácter sacro. Porque en primer lugar se trata de la vida del
hombre y la vida del hombre es sagrada; nadie puede osar atentar contra ella.
Precisamente en vuestra asamblea es donde se debe profesar más altamente y
defender con más razón, el respeto a la vida incluso en lo referente al gran
problema de la natalidad. Vuestra tarea consiste en conseguir que el pan sea
suficientemente abundante en la mesa de la humanidad y no en fomentar el control
artificial de nacimientos -que sería irracional-, a fin de disminuir el número
de comensales en el banquete de la vida» (32).
45. A propósito
de las realidades demográficas, en 1967 escribía Pablo VI en su Encíclica
Populorum Progressio: «Es cierto que los poderes públicos, dentro de los límites
de su competencia pueden intervenir, llevando a cabo una información apropiada y
adoptando las medidas convenientes, con tal de que estén de acuerdo con las
exigencias de la ley moral y respeten la justa libertad de los esposos. Sin
derecho inalienable al matrimonio y a la procreación, no hay dignidad humana. Al
fin y al cabo, es a los padres a los que toca decidir, con pleno conocimiento de
causa, el número de sus hijos, aceptando sus responsabilidades ante Dios, ante
los hijos que ya han traído al mundo y ante la comunidad a la que pertenecen,
siguiendo las exigencias de su conciencia instruida por la ley de Dios,
auténticamente interpretada y sostenida por la confianza en Él» (33).
46. El Papa
Pablo VI reiteraba estas enseñanzas en la Encíclica Humanae Vitae (de 1968).
Explicaba así la «paternidad responsable»: «El amor conyugal exige a los esposos
una conciencia de su misión de "paternidad responsable" sobre la que hoy tanto
se insiste con razón y que hay que comprender exactamente. Hay que considerarla
bajo diversos aspectos legítimos y relacionados entre sí. En relación con los
procesos biológicos, paternidad responsable significa conocimiento y respeto de
sus funciones; en el poder de dar la vida, la inteligencia descubre leyes
biológicas que forman parte de la persona humana. En relación con las tendencias
del instinto y de las pasiones, la paternidad responsable comporta el dominio
necesario que sobre ellas han de ejercer la razón y la voluntad. En relación con
las condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales, la paternidad
responsable se pone en práctica, ya sea con la deliberación ponderada y generosa
de tener una familia numerosa, ya sea con la decisión tomada por graves motivos
y en el respeto de la ley moral, de evitar un nuevo nacimiento durante algún
tiempo o por tiempo indefinido. La paternidad responsable comporta sobre todo
una vinculación más profunda con el orden moral objetivo establecido por Dios,
cuyo fiel intérprete es la recta conciencia. El ejercicio responsable de la
paternidad exige, por tanto, que los cónyuges reconozcan plenamente sus propios
deberes para con Dios, para consigo mismos, para con la familia y la sociedad,
en una justa jerarquía de valores. En la misión de transmitir la vida, los
esposos no quedan por tanto libres de proceder arbitrariamente, como si ellos
pudiesen determinar de manera completamente autónoma los caminos lícitos a
seguir, sino que deben conformar su conducta a la intención creadora de Dios,
manifestada en la misma naturaleza del matrimonio y de sus actos, y
constantemente enseñada por la Iglesia» (34).
La
paternidad/maternidad responsables comprenden no sólo decisiones prudentes de
los esposos sino también el rechazo de los medios artificiales de control de
nacimientos y, cuando existen serias razones, la elección de la regulación
natural de la fertilidad (35).
47. En la
Humanae Vitae, el Papa Pablo VI llamó la atención sobre el hecho de que las
autoridades públicas pueden verse tentadas a imponer a los pueblos métodos
artificiales de control de nacimientos (36). Por esta razón hizo un llamamiento
a dichas autoridades: «A los gobernantes, que son los primeros responsables del
bien común y que tanto pueden hacer para salvaguardar las costumbres morales: no
permitáis que se degrade la moralidad de vuestros pueblos; no aceptéis que se
introduzcan legalmente en la célula fundamental que es la familia, prácticas
contrarias a la ley natural y divina. Es otro el camino por el cual los poderes
públicos pueden y deben contribuir a la solución del problema demográfico: el de
una cuidadosa política familiar y de una sabia educación de los pueblos, que
respete la ley moral y la libertad de los ciudadanos» (37).
48. En su Carta
Apostólica de 1971, Octogesima Adveniens, Pablo VI estudia el problema de la
urbanización (38). Y escribe a propósito del crecimiento demográfico: «Es
inquietante comprobar en este campo una especie de fatalismo que se apodera
incluso de los responsables. Este sentimiento conduce a veces a soluciones
maltusianas aguijoneadas por la propaganda activa en favor de la anticoncepción
y del aborto. En esta situación crítica hay que afirmar, por el contrario, que
la familia, sin la cual ninguna sociedad puede subsistir, tiene derecho a una
asistencia que le asegure las condiciones de una sana expansión» (39).
49. En los años
60 se vio claramente que las naciones ricas consideraban un instrumento
indispensable para el desarrollo, el control de la población. El 9 de noviembre
de 1974, dirigiéndose Pablo VI a la Conferencia Mundial de la Organización de la
Alimentación y la Agricultura (FAO), denunció «una acción irrazonable y
unilateral contra el crecimiento demográfico». Y añadió con fuerza: «Es
inadmisible que quienes poseen el control de los bienes y recursos de la
humanidad traten de resolver el problema del hambre impidiendo que los pobres
nazcan o dejando morir de hambre a los niños cuyos padres no entran en el cuadro
de puras hipótesis sobre el porvenir de la humanidad. En otros tiempos, en un
pasado que esperamos no vuelva, ha habido naciones que han declarado la guerra a
fin de apoderarse de las riquezas de sus vecinos. Pero ¿acaso no es una forma
nueva de guerra imponer a las naciones una política demográfica limitadora a fin
de que no reclamen la parte que les corresponde de los bienes de la tierra?»
(40).
2. Juan Pablo II
50. Con esta
enseñanza pontificia puede vincularse el Mensaje a las familias cristianas de
los obispos en ocasión del Sínodo sobre la Familia, celebrado en Roma en 1980.
En dicho mensaje, los Padres sinodales escribían entre otras cosas: «Es
frecuente ver a Gobiernos y Organizaciones internacionales presionando sobre las
familias... Éstas se ven obligadas -y a ello nos oponemos con vehemencia- a
emplear medios inmorales como la contracepción o, peor aún, la esterilización,
el aborto y la eutanasia, con el fin de resolver los problemas demográficos y
sociales. Por ello el Sínodo recomienda encarecidamente que se redacte una Carta
de los Derechos de la Familia que garantice sus derechos en el mundo entero»
(41).
51. En su
Exhortación Apostólica Familiaris Consortio de 1982, el Papa Juan Pablo II
estudiaba el surgir de una mentalidad secularizante opuesta a la vida:
«Piénsese, por ejemplo, en un cierto pánico derivado de estudios de ecólogos y
futurólogos sobre la demografía, que a veces exageran el peligro que el
incremento demográfico representa para la calidad de la vida. Pero la Iglesia
cree firmemente que la vida humana, aún débil y enferma, es siempre un don
espléndido del Dios de la bondad. Contra el pesimismo y egoísmo que ofuscan el
mundo, la Iglesia está en favor de la vida... Por esto, la Iglesia condena como
ofensa grave a la dignidad humana y a la justicia, todas aquellas actividades de
los Gobiernos o de otras autoridades públicas, que tratan de limitar, del modo
que sea, la libertad de los esposos en la decisión sobre los hijos. Por
consiguiente, hay que condenar totalmente y rechazar con energía cualquier
violencia ejercida por tales autoridades en favor del anticoncepcionismo e
incluso de la esterilización y el aborto provocado».
«La Iglesia es
ciertamente consciente también de los múltiples y complejos problemas que hoy
afectan en muchos países a los esposos en su cometido de transmitir
responsablemente la vida. Conoce también el grave problema del incremento
demográfico como se plantea en varias partes del mundo, con las implicaciones
morales que comporta».
«Ella cree, sin
embargo, que una consideración profunda de todos los aspectos de tales
problemas, ofrece una nueva y más fuerte confirmación de la importancia de la
doctrina auténtica acerca de la regulación de la natalidad, propuesta de nuevo
en el Concilio Vaticano II y en la Encíclica Humanae Vitae» (42).
52. El Papa
retomó este tema en 1984, en una alocución al Secretario de la Conferencia
Internacional de Méjico sobre la Población. Asumió la defensa de los derechos
del individuo, la familia, la mujer y los jóvenes en los términos siguientes:
«Las experiencias y tendencias de estos últimos años ponen en evidencia los
efectos profundamente negativos de los programas de contracepción. Estos
programas han incrementado la permisividad sexual y estimulado a conductas
irresponsables, con graves consecuencias para la educación de los jóvenes y la
dignidad de la mujer. Distribuyendo contraceptivos a adolescentes, han
perjudicado la verdadera noción de "paternidad responsable`" y de "planificación
familiar". Más aún, comenzando con programas de contracepción, de hecho se ha
pasado muchas veces en la práctica a la esterilización y el aborto, financiada
por Gobiernos y organizaciones internacionales» (43).
La delegación
de la Santa Sede en esta Conferencia propuso una resolución que fue aceptada, la
cual urgía a los Gobiernos «a tomar las oportunas medidas para ayudar a las
mujeres a evitar el aborto que, en ningún caso, debería fomentarse como medio de
planificación familiar» (44).
53. Asimismo,
con la aprobación explícita del Papa Juan Pablo II se publicó en 1987 la
Instrucción Donum Vitae. El estudio de los problemas planteados por las nuevas
prácticas biomédicas ha dado ocasión para volver a examinar el derecho de la
sociedad de velar por la transmisión de la vida humana. Ésta ha de darse en el
contexto del amor interpersonal. Por tanto, hay que proteger la célula familiar.
A la luz del principio de subsidiaridad, es preciso también reafirmar que los
poderes públicos tienen el deber de proteger a la familia. Lejos de intervenir
abusivamente en el control de la transmisión de la vida, deben dedicarse, por el
contrario, a hacerla respetar ya desde su mismo origen (45).
54. En su Carta
Encíclica de 1987, Sollicitudo Rei Socialis, escribe Juan Pablo II: «No se puede
negar la existencia -sobre todo en la parte Sur de nuestro planeta- de un
problema demográfico que crea dificultades al desarrollo. Es preciso afirmar
enseguida que en la parte Norte este problema es de signo inverso: aquí lo que
preocupa es la caída del índice de natalidad, con repercusiones en el
envejecimiento de la población, incapaz incluso de renovarse biológicamente.
Fenómeno éste capaz de obstaculizar de por sí el desarrollo. Como tampoco es
exacto afirmar que tales dificultades provengan solamente del crecimiento
demográfico; no está demostrado siquiera que cualquier crecimiento demográfico
sea incompatible con un desarrollo ordenado. Por otra parte, resulta muy
alarmante constatar en muchos países el lanzamiento de campañas sistemáticas
contra la natalidad por iniciativa de sus Gobiernos, en contraste no sólo con la
identidad cultural y religiosa de los mismos países, sino también con la
naturaleza del mismo desarrollo. Sucede a menudo que tales campañas son debidas
a presiones y están financiadas por capitales provenientes del extranjero y, en
algún caso, están subordinadas a las mismas y a la asistencia
económico-financiera. En todo caso, se trata de una falta absoluta de respeto
por la libertad de decisión de las personas afectadas, hombres y mujeres,
sometidos a veces a intolerables presiones incluso económicas, para situarlas
bajo esta nueva forma de opresión. Son las poblaciones más pobres las que sufren
los atropellos, y ello llega a originar en ocasiones la tendencia a un cierto
racismo, o favorece la aplicación de ciertas formas de eugenismo, igualmente
racistas. También este hecho, que reclama la condena más enérgica, es indicio de
una concepción errada y perversa del verdadero desarrollo humano» (46).
55. El mismo
Papa Juan Pablo II, en su Encíclica Centesimus Annus que conmemora en 1991 los
cien años de la Rerum Novarum, escribe a propósito de la población: «El ingenio
del hombre parece orientarse, en este campo, a limitar, suprimir o anular las
fuentes de la vida, recurriendo incluso al aborto, tan extendido por desgracia
en el mundo, más que a defender y abrir posibilidades a la vida misma. En la
Encíclica Sollicitudo Rei Socialis han sido denunciadas las campañas
sistemáticas contra la natalidad que, sobre la base de un concepto deformado del
problema demográfico y en un clima de «absoluta falta de respeto por la libertad
de decisión de las personas interesadas», las someten frecuentemente «a
intolerables presiones... para plegarlas a esta nueva forma de opresión». Se
trata de políticas que con técnicas nuevas extienden su radio de acción hasta
llegar, como en una «guerra química», a envenenar la vida de millones de seres
humanos indefensos» (47).
56. No puede
olvidarse tampoco el Discurso pronunciado por el Santo Padre el 22 de noviembre
de 1991, en la Audiencia a la Academia Pontificia de las Ciencias, que había
dedicado una semana de estudio sobre la relación entre «Recursos y Población».
Decía el Papa: «Es opinión difundida que el control de nacimientos es el método
más fácil para resolver el problema de fondo, desde el momento en que la
reorganización a escala mundial de los procesos de producción y reparto de los
recursos necesitaría una enorme cantidad de tiempo y tendría implicaciones
económicas inmediatas».
«Es consciente
la Iglesia de la complejidad del problema que debe afrontarse sin retardo,
teniendo en cuenta, sin embargo, la diversidad de situaciones regionales que a
veces incluso son de signo contrapuesto. Hay países con altísimo índice de
crecimiento demográfico y otros que experimentan un acusado envejecimiento de su
población. Con frecuencia son estos últimos los que con su consumo son los
mayores responsables de la degradación del ambiente».
«Cuando se
desee intervenir, la urgencia no ha de llevar a cometer errores, es decir, a la
aplicación de métodos disconformes con la naturaleza del hombre para llegar a
provocar efectos dramáticos de hecho. Por esto, la Iglesia "experta en
humanidad" (cf. Pablo VI), reconociendo el principio de la paternidad y
maternidad responsables, considera un deber esencial llamar la atención
vigorosamente sobre la moralidad de los métodos, que siempre habrán de respetar
a la persona y sus derechos inalienables».
«El crecimiento
y la reducción forzada de la población se deben en parte a carencia de
instituciones sociales; los daños al ambiente y la insuficiencia de recursos
naturales derivan muchas veces de errores de los hombres. Aunque en el mundo se
producen bienes alimenticios suficientes para todos, cientos de millones de
personas padecen hambre, mientras que en otros lugares se ven ejemplos
manifiestos de despilfarro de alimentos».
«Teniendo en
cuenta los muchos y variados comportamientos humanos incorrectos, es preciso
dirigirse primero a los que son más responsables».
«Hay que hacer
frente al crecimiento demográfico no sólo ejerciendo la paternidad y maternidad
responsables dentro del respeto de la ley divina, sino también con medios
económicos que incidan profundamente en las instituciones sociales».
«Sobre todo en
los países en vías de desarrollo, donde gran parte de la población es joven, se
debe paliar la enorme insuficiencia de estructuras educativas referentes a la
instrucción, difusión de la cultura y formación profesional. Hay que promover la
situación de la mujer, en cuanto elemento esencial de modernización de la
sociedad» (48).
57. Al invitar
a una actitud responsable en relación con la procreación, declaraba el Santo
Padre: «Gracias a los progresos de la medicina, que han reducido la mortalidad
infantil y alargado la esperanza de vida media, gracias también al desarrollo de
la tecnología, se ha verificado un cambio real en las condiciones de vida. Hay
que afrontar estas nuevas condiciones no sólo con razonamientos científicos sino
-y esto es lo más importante- recurriendo a todas las energías intelectuales y
espirituales disponibles. Las gentes necesitan redescubrir el significado moral
del respeto de los límites; deben crecer y madurar en el significado de su
responsabilidad respecto de cada uno de los aspectos de la vida (cf. Mater et
Magistra, 195; Humanae Vitae, passim: Gaudium et Spes, 51-52)».
«Si la familia
humana no toma medidas en esta dirección, puede llegar a ser víctima de una
tiranía devastadora que violaría una faceta fundamental del significado de la
existencia humana, o sea, dar la vida a nuevos seres humanos y conducirlos a la
madurez».
«Por todo ello,
una de las funciones de los poderes públicos consiste en tener reglamentaciones
capaces de conciliar la política de la natalidad con el respeto del sentido
libre y personal de las responsabilidades (cf. Gaudium et Spes, 87). La
intervención política que tenga cuenta de la naturaleza del hombre puede influir
en la evolución demográfica, pero al mismo tiempo debe asegurar la
redistribución de los recursos económicos entre los ciudadanos. En caso
contrario se corre el riesgo de que tales reglamentaciones carguen
principalmente sobre los más débiles y más pobres, añadiendo injusticia a
injusticia».
El Papa
concluía: «El hombre -la única criatura sobre la tierra que Dios ha querido por
sí misma- (Gaudium et Spes, 24), es sujeto de derechos y deberes primordiales
que anteceden a los derivados de la vida social y política (cf. Pacem in Terris,
5, 35). La persona humana es «el principio, el sujeto y el fin de todas las
instituciones sociales» (Gaudium et Spes, 25) y por esta razón las autoridades
deben tener siempre presentes en su espíritu los límites de sus competencias.
Por su parte, la Iglesia invita a la familia humana a planificar su futuro,
estimulada no por preocupaciones materiales únicamente, sino sobre todo por el
respeto al orden establecido por Dios en la creación» (49).
58. En 1992
tuvo lugar en Río de Janeiro la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el
Medio ambiente y el Desarrollo. En su intervención del 13 de junio, el Cardenal
Angelo Sodano, Secretario de Estado, declaraba: «No puede justificarse
moralmente la actitud de una parte del mundo que, sin dejar de proclamar los
derechos del hombre, se atreve a pisotear los de las personas que se hallan en
situaciones menos privilegiadas y "a la manera de una dictadura devastadora"
(Juan Pablo II, Discurso del 22 de noviembre de 1991 a la Academia Pontificia de
las Ciencias, n. 6) decide el número de hijos que pueden tener estas personas,
amenazándolas con condicionar las ayudas al desarrollo según estas decisiones»
(50).
59. También en
1992 los obispos de Latinoamérica recogieron las enseñanzas de Juan Pablo II y
las aplicaron a la situación real de sus países. Durante la IV Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Santo Domingo, unos
doscientos obispos asistentes a la misma enviaron a la Organización de las
Naciones Unidas y a sus diversos Organismos un Mensaje en defensa de la vida y
denunciaban más concretamente las campañas sistemáticas contra la natalidad
llevadas a cabo por instituciones internacionales y de los Gobiernos (51).
3. Dignidad del hombre y justicia
60. Cuando el
Magisterio de la Iglesia estudia las evoluciones demográficas, vuelve a afirmar
la naturaleza sagrada de la vida humana, la responsabilidad de la transmisión de
la vida, los derechos inherentes a la paternidad y maternidad, los valores del
matrimonio y de la vida familiar, en los que los hijos son don de Dios Creador
(52). Frente a los partidarios del control de la población y sin negar las
realidades de las situaciones humanas, la Iglesia toma el partido de la justicia
al defender los derechos de mujeres y hombres, familias y jóvenes, y de los
llamados con el hermoso apelativo de nascituri, es decir, los niños que van y
deben nacer. Dejando claro que el control de la población no puede ciertamente
ser la sustitución del desarrollo verdadero, los Papas afirman el derecho de
todos los hombres a beneficiarse de los abundantes recursos de la tierra y de la
inteligencia humana.
61. Los Papas
no pueden suscribir las declaraciones alarmistas sobre las varias evoluciones
demográficas mundiales. A medida que pasan los años, los hechos demuestran que
se debe revisar a fondo esta lectura alarmista. Las ideologías que niegan la
posibilidad de formar los hombres de modo que sepan gobernar responsablemente su
fecundidad y abrigan sentimientos de inseguridad y miedo, basados en una
«penuria» amenazadora y/o en la degradación del ambiente, parecen ignorar la
diversidad y complejidad de los diferentes aspectos de las realidades
demográficas. Dichas ideologías conceden escaso valor no sólo a los recursos
naturales sino, sobre todo, a la capacidad propia del hombre para explotar con
más juicio estos recursos -a comenzar por los recursos humanos-, para
distribuirlos mejor, para dotar a la sociedad humana de instituciones capaces de
ser a la vez, eficaces y respetuosas de las exigencias de la justicia.
Capítulo II
PRINCIPIOS ÉTICOS PARA UNA ACTITUD PASTORAL
62. La
ansiedad de cuantos evocan sin tregua «la crisis demográfica mundial» no parece
que esté justificada por las evoluciones diferenciadas, constatadas realmente,
de la población en los distintos países del mundo. De hecho esta inquietud es
expresión de una especie de ideología del miedo por el porvenir y desconfianza
en el hombre. Esta actitud «aseguradora» se encuentra en diferentes momentos de
la historia con formulaciones diversas pero fundamentalmente convergentes.
Hipoteca la solidaridad entre generaciones y entre naciones. La Iglesia debe
iluminar a los hombres y ayudarles a reflexionar sobre esta ideología expresada
muy frecuentemente por los mass media.
1. Aportación de la enseñanza social
de la Iglesia
63. En primer
lugar la Iglesia llama la atención con apremio sobre la aparición solapada de
una nueva forma de pobreza. Esta nueva forma de pobreza se manifiesta
concretamente en actitudes negativas frente a la vida y la familia. Dichas
actitudes llevan a olvidar la solidaridad; abandonan a los hombres en la
soledad; no son suficientemente acogedoras para las generaciones futuras ni
bastante sensibles a la falta de población. Son actitudes que revelan la peor de
las pobrezas: la pobreza moral.
64. Los logros
positivos heredados del reemplazo de las generaciones pasadas corren el riesgo
de peligrar o incluso de perderse en parte, por falta de hombres capaces de
transmitirlos. Peligra la transmisión del patrimonio común de la humanidad,
constituido por valores morales y religiosos, los bienes de la cultura, las
artes, las ciencias y las técnicas. Este patrimonio puede transmitirse y
enriquecerse sólo con la aportación de nuevas generaciones de hombres. Los
primeros que padecerían por este empobrecimiento y declive serían precisamente
los más desposeídos de los hombres, ya que las sociedades opulentas, pero
envejecidas, corren el riesgo, a la vez, de hundirse en un egoísmo creciente. De
aquí que la Iglesia debe manifestar sin tregua su opción preferencial, si bien
no exclusiva, por los más vulnerables (53).
65. La Iglesia
es asimismo consciente de la realidad de las evoluciones demográficas en los
países en vías de desarrollo. Afirma que todo hombre y todo pueblo están
llamados al desarrollo. Hay modo de remediar las desigualdades entre las
condiciones en la existencia, en el poseer, en el saber y en el saber hacer.
Nunca es una fatalidad el subdesarrollo. Es posible poner en ejecución dinámicas
de desarrollo que consientan a cada hombre y a cada pueblo desplegar sus
virtualidades y vencer así el subdesarrollo. Entre otros, el acceso de todos al
saber es una prioridad absoluta a fin de que cada uno de los hombres y las
naciones se hallen en grado de resolver satisfactoriamente por sí mismos los
problemas elementales de subsistencia y desarrollo, evidentes en el cuadro de la
solidaridad internacional (54).
66. En cuanto
concierne a las realidades demográficas, la búsqueda de una actitud humana en
las respuestas dadas es clarificada por la doctrina de la Iglesia sobre el bien
común, sobre lo superfluo y sobre el destino universal de los bienes (55). La
perspectiva del bien común universal exige una solidaridad efectiva entre los
pueblos, que pueda dirigir los esfuerzos de cada uno en beneficio de todos.
Nadie -sea individuo o nación- está justificado para hacer prevalecer su bien
particular por encima de las exigencias del bien común de la familia humana.
67. La Iglesia
enseña igualmente que la justicia exige que los pueblos más favorecidos
compartan su superfluo con los que se ven privados de los bienes necesarios para
vivir (56).
68. En cuanto a
las enseñanzas sobre el destino universal de los bienes, recuerda que según el
designio del Creador, el conjunto de los bienes de la humanidad incluidos los
bienes espirituales e intelectuales está a disposición de la comunidad humana
presente y futura, y ante ellos cada generación debe comportarse
responsablemente (57).
69. El
principio de subsidiaridad se aplica también al terreno de la población. Como
los últimos Papas han indicado, la Iglesia reconoce a los poderes públicos
-dentro de los límites de sus competencias- un derecho en esta materia, pero
afirma, asimismo, que el Estado no puede arrogarse en este campo las
responsabilidades que no pueden quitar a los esposos. Con mayor razón, el Estado
no puede chantajear, ni coactar, ni ejercer violencia para conseguir que las
parejas se sometan a sus intimidaciones en esta materia (58). Toda política
demográfica autoritaria, sea encubierta o declarada, es inaceptable. Por el
contrario, corresponde al Estado proteger a la familia y la libertad de los
esposos, garantizar la vida de los inocentes y, especialmente, hacer respetar a
la mujer en su dignidad de madre (59). Para desempeñar estas funciones
primordiales, el Estado y las Autoridades públicas en general, deben adoptar
políticas apropiadas, especialmente en el campo fiscal y educativo.
70. Este mismo
principio de subsidiaridad vale igualmente para las instituciones
internacionales públicas. Ninguna de éstas tiene derecho de presionar sobre los
Estados o comunidades nacionales, a fin de imponerles políticas incompatibles
con el respeto de la persona, de la familia o de la independencia nacional.
Dichas instituciones nacieron por el deseo de hacer confluir libremente los
esfuerzos de todas las naciones hacia una sociedad más justa. Por tanto, deben
respetar la soberanía legítima de las naciones, así como la justa autonomía de
las parejas. De ello se sigue que dichas instituciones propasarían sus
competencias incitando a los Estados a adoptar políticas demográficas, que ellas
mismas establecen, y si estimulan estas políticas con presiones para facilitar
su puesta en práctica.
71. Hay también
que estar atentos para que dichas instituciones no estén al servicio de naciones
poderosas. Existe el peligro, asimismo, de que abunde entre las naciones pobres
la sospecha de que ciertas naciones tratan de ejercer el poder a escala mundial
valiéndose de medios puestos a disposición por dichas instituciones. Por ello,
la Iglesia recuerda que existe un deber de solidaridad internacional y que para
los ricos es deber de justicia ayudar a los pobres del mundo entero. Afirma
igualmente que sería escandaloso vincular la concesión de dicha ayuda a
condiciones inmorales que afectan al dominio de la vida humana. Afirma además
que sería grave abuso del poder intelectual, moral y político presentar las
campañas antinatalistas acompañadas incluso de violencia moral y hasta física a
veces como la más apropiada expresión de la ayuda de los pueblos ricos a los
pueblos desfavorecidos (60).
72.
Precauciones parecidas se deberían aplicar también respecto de las instituciones
internacionales privadas. Éstas podrían anteponer intereses particulares de
grupos privados a los derechos imprescindibles para todos los seres humanos:
derecho a la vida, a la integridad física, a la educación, a la libertad
responsable, y derechos de todos los pueblos a la autonomía y al desarrollo
humano en solidaridad.
2. Por la vida y la
familia
73. Merecen ser
recordados otros dos principios éticos, pues en ellos se basa la Iglesia cuando
se pronuncia sobre las evoluciones demográficas: el primero se refiere a la
condición sagrada de la vida humana y la responsabilidad de los esposos respecto
de la transmisión de la vida. Creados a imagen y semejanza de Dios, origen de
toda vida, hombres y mujeres están llamados a ser copartícipes con el Creador en
la transmisión del don sagrado de la vida humana. Dentro de la comunión de vida
y amor que es el matrimonio, constituyen la familia, célula básica de la
sociedad (61). No es concorde con el designio de Dios que los esposos impidan o
destruyan su fecundidad por medio de la contracepción artificial o la
esterilización; y menos aún, que recurran al aborto para suprimir a sus hijos
antes de que nazcan (62). La paternidad y maternidad verdaderamente responsables
comienzan por asumir su responsabilidad de la pareja como tal, ante el Autor y
Señor de la vida; se basa, por tanto, en la generosidad en el matrimonio y en el
respeto del derecho a la vida del niño no nacido.
74. El segundo
principio se refiere al intrínseco derecho a la paternidad. En la Carta de los
Derechos de la Familia, la Iglesia afirma: «Los esposos tienen el derecho
inalienable de fundar una familia y decidir sobre el intervalo entre los
nacimientos y el número de hijos a procrear, teniendo en plena consideración los
deberes para consigo mismos, para con los hijos ya nacidos, para con la familia
y la sociedad, dentro de una justa jerarquía de valores y de acuerdo con el
orden moral objetivo que excluye el recurso a la contracepción, la
esterilización y el aborto» (63).
75. Por ello,
en la misma medida, agencias internacionales que recurren a la coacción y al
engaño, violan no sólo los derechos del hombre y la mujer en cuanto individuos,
sino también los derechos de la familia. La Carta de los Derechos de la Familia
dice así: «a) Las actividades de las autoridades públicas o de organizaciones
privadas que tratan de limitar de algún modo la libertad de los esposos en las
decisiones acerca de sus hijos, constituyen una ofensa grave a la dignidad
humana y a la justicia. b) En las relaciones internacionales, la ayuda económica
concedida para la promoción de los pueblos no debe ser condicionada a la
aceptación de programas de contracepción, esterilización o aborto. c) La familia
tiene derecho a la asistencia de la sociedad en lo referente a sus deberes en la
procreación y educación de los hijos. Las parejas casadas con familia numerosa
tienen derecho a una ayuda adecuada y no deben ser discriminadas» (64).
Más
concretamente, independientemente de la licitud moral de las políticas
demográficas que se propongan los Gobiernos, no tienen ningún derecho a decidir
en lugar de los padres, sobre el número de hijos que pueden y deben tener. Sólo
percibiendo el valor intrínseco de la persona humana, del matrimonio y de la
familia, puede estimular los hombres a ser acogedores de sus hijos con vistas al
futuro.
3. La elección
responsable
76. Libres de
elegir el número de sus hijos, los esposos han de ser igualmente libres de
adoptar métodos naturales de regulación de la fecundidad de modo responsable,
cuando existen serias razones y en conformidad con la enseñanza de la Iglesia.
Dichos métodos son diversos y merecen ser conocidos y divulgados (65); hay que
ofrecer, por tanto, a las parejas el medio de ejercer libremente su maternidad y
paternidad responsable. Los medios artificiales de control de nacimientos al
igual que la esterilización, no respetan a la persona humana de la mujer y del
hombre, pues anulan o impiden la fecundidad que forma parte integrante de la
persona.
Por esto, en 1994, en su Carta a las Familias
con ocasión del Año Internacional de la Familia, el Santo Padre Juan Pablo II
explicaba así esta maternidad y paternidad responsables de los esposos: «Ellos
viven entonces un momento de especial responsabilidad, incluso por la
potencialidad procreativa del acto conyugal. En aquel momento, los esposos
pueden convertirse en padre y madre, iniciando el proceso de una nueva
existencia humana que después se desarrollará en el seno de la mujer. Aunque es
la mujer la primera que se da cuenta de que es madre, el hombre con el cual se
ha unido en "una sola carne" toma a su vez conciencia, mediante el testimonio de
ella, de haberse convertido en padre. Ambos son responsables de la potencial, y
después efectiva, paternidad y maternidad» (66).
Capítulo III
ORIENTACIONES PARA LA ACCIÓN
77. Con
gran parte de las informaciones que circulan sobre las realidades demográficas
hay que ser precavidos, pues son erróneas. Ante las reservas sobre dichas
informaciones y ante programas de control de la población moralmente
inadmisibles, la Iglesia no puede quedarse silenciosa ni inactiva. No se limita
a adoptar una actitud de principio ante estos abusos, sino que responde de
manera positiva y práctica, de acuerdo con su misión de servicio a la familia
«santuario de la vida». Los cristianos deben ante todo difundir la verdad, sobre
todo cuando se la oculta bajo tópicos muy propagados y desprovistos de
fundamento.
78. Todos están
invitados a dar pruebas de vigilancia ante las prácticas que no respetan a la
persona humana. En cada situación concreta ¿cómo se utiliza el tema del ambiente
para justificar el control obligatorio de la población? ¿A qué conduce la
política familiar? ¿Garantiza ésta la verdadera libertad de las parejas?
¿Se denuncian
los casos en los que organizaciones internacionales o nacionales, públicas o
privadas violan los derechos de los individuos o de las familias, con el
pretexto de «imperativos demográficos» falaces? ¿En qué medida organizaciones
internacionales presionan a los Estados para obtener que subscriban políticas de
«contención» demográfica incompatibles con la justa soberanía de las naciones?
79. Algunas
prioridades se imponen sin ninguna duda y exigen una acción rápida:
- Múltiples
intentos de la ideología de «la crisis demográfica» que pretenden influir en las
agencias internacionales y en los Gobiernos;
- Proclamación
de los así llamados «derechos de la mujer» que desprecian la vocación de ésta a
dar la vida;
- La continua
referencia frecuente y abusiva a los problemas del ambiente, con el fin de
justificar un control forzado de la población;
- Intentos de
propagar productos abortivos como el RU 486, no sólo en países llamados
desarrollados sino, sobre todo, en países pobres;
- La
generalización de la esterilización;
- La
banalización y la difusión de dispositivos contra la vida tales como los
dispositivos intrauterinos DIU («esteriletes»);
- Las
violaciones de los derechos imprescriptibles e inalienables del individuo y la
familia;
- Y, más en
general, los abusos del poder intelectual, y político.
Además, la
Iglesia recuerda la necesidad de actuar prioritariamente contra prácticas
nefastas: retos contrarios a la vida como la droga, la pornografía, la
violencia, etc.
1. Correcto conocimiento de las
realidades
80. Los
cristianos y todos los hombres de buena voluntad deben informarse para
comprender cuán diferentes son los pueblos en cuanto a su situación y su
evolución. Deben desarrollar un espíritu crítico ante la ideología de la «crisis
demográfica». Frente a la insistencia programática desplegada por muchos
movimientos en favor del control obligatorio de la población, es urgente que los
cristianos y todos los hombres de buena voluntad tengan más en cuenta el hecho
de que las tácticas empleadas utilizan continuamente informaciones económicas y
demográficas simplistas, y proyecciones aproximativas, y hasta inexactas (67).
81. La Iglesia
estimula vivamente a todos los expertos implicados en el tema y, más en
especial, a los demógrafos, economistas y politólogos, a profundizar sus
investigaciones científicas sobre las realidades demográficas. Asociaciones y
organizaciones que respetan la persona humana y la familia, deben dedicar un
espacio en sus reflexiones y actividades al correcto conocimiento de los datos y
diversidades demográficas. Han de oponer un rechazo razonado a la ideología que
manifiesta miedo a la vida y al porvenir. Esto concierne igualmente a las
organizaciones que actúan en favor de la justicia y de la paz en la solidaridad.
Por su parte,
se invita a todas las instituciones formativas a incluir en sus programas una
reflexión sistemática y crítica sobre las realidades demográficas. Dichos
esfuerzos han de completarse con la voluntad de informar objetivamente a los
líderes de la opinión, los mass media, así como a la opinión pública.
2. Política familiar
82. Toda
autoridad territorial, sea nacional, regional o local, tiene el deber de
desarrollar una política familiar que permita a las familias asumir libremente
sus responsabilidades en la sociedad de hoy y en la sucesión de las
generaciones. Dichas políticas familiares deben establecer diversos medios para
la reglamentación del trabajo, adecuación fiscal, acceso a la vivienda, a la
educación, etc.
Además, esta
política familiar debe comprender la lucha contra el «imperialismo
contraceptivo» que la Delegación de la Santa Sede denunció ya en 1974, en la
Conferencia internacional sobre la Población, celebrada en Bucarest. Dicho
«imperialismo anticonceptivo» que viola las tradiciones religiosas y culturales
de la vida familiar, violenta la libertad de las personas y de los esposos y,
con ellas, hiere a las familias y a las naciones.
83. Las
asociaciones y organizaciones nacionales e internacionales, públicas y privadas,
tienen también sus responsabilidades en la promoción de la correcta política
familiar. En la búsqueda del surgimiento de comunidades humanas solidarias, la
política familiar es indispensable para conseguir que estas células de base -que
son las familias- colaboren en el desarrollo de toda la comunidad humana. No
sólo los políticos y legisladores son agentes y protagonistas de una auténtica
política familiar, sino muy en especial los padres y las mismas familias (68).
3. Justicia para la mujer
84. La Iglesia
recomienda también que se pongan en práctica políticas idóneas para que se
respete la especificidad humana de la mujer como persona, esposa y madre. Las
mujeres son las primeras que sufren en el corazón y en el cuerpo las campañas
inspiradas por la ideología del miedo demográfico. En tales campañas se utiliza
un falso concepto de «salud reproductiva» femenina, para difundir diferentes
métodos de contracepción o aborto que, no sólo pueden suprimir la vida del niño
no nacido, sino también pueden tener repercusiones graves en la salud de la
mujer, hasta el punto de hacer peligrar su vida.
Dicha ideología
del miedo demográfico, culpabiliza a la mujer en su dimensión maternal,
ocultando que, precisamente, por esta dimensión aporta ella su prestación
esencial e irreemplazable a la sociedad. La calidad de una sociedad se expresa
en el respeto al puesto de la mujer. Una sociedad que desprecia la acogida del
niño, que desprecia la vida, desprecia a la mujer. Por esto, precisamente, se ha
de hacer todo lo posible para permitir a la mujer desempeñar sus
responsabilidades, conciliando, como ellas lo saben, sus tareas familiares,
profesionales, asociativas y sociales. Ello será posible sólo si se reconoce de
hecho la igual dignidad del hombre y la mujer. En especial, la mujer debe poder
expresarse y animar movimientos orientados a dar a conocer y asumir mejor su
lugar en la sociedad (69).
4. Ningún compromiso
posible
85. Se da el
caso de que organizaciones favorables al control obligatorio de la población, a
través de medios ilícitos, comprometen deliberadamente a los cristianos en sus
actividades. Así puede ocurrir que sean invitados a participar en proyectos o en
programas de acción sobre temas suficientemente nobles como, por ejemplo, el
desarrollo o el ambiente, cuando en realidad la verdadera meta de dichas
iniciativas es difundir la ideología del miedo a la vida («anti-life mentality»)
e implicarles en ella desviándolos hacia un «yugo impropio» (70). Por tanto, los
cristianos deben estar atentos, ser prudentes y valientes. Han de estar
dispuestos a dar testimonio, hasta el martirio, del valor que todo hombre tiene
a los ojos de Dios (71).
Cartas
pastorales podrán ayudar a los fieles a discernir sobre los problemas morales
planteados en el contexto de las evoluciones demográficas y a organizar su plan
de acción consecuente.
CONCLUSIÓN
1. Desarrollo, recursos y población
86. La
diversidad y complejidad de las evoluciones demográficas de los diferentes
pueblos del mundo no pueden resumirse, como sucede frecuentemente, en fórmulas
provocantes y sumarias a un tiempo. Por otra parte, los índices de crecimiento
de la población mundial disminuyen, tras haber alcanzado un máximo en los años
1965-1970 con una media, que dada su propia naturaleza, no refleja la variedad
de situaciones.
Las
proyecciones medias de las organizaciones especializadas para el siglo XXI,
teniendo en cuenta el conjunto de la población de los diferentes países, hablan
de un aumento tres veces inferior al constatado en el siglo XX. Todo demuestra
que las potencialidades del planeta son ampliamente suficientes para satisfacer
las necesidades de los hombres. Como lo destaca expresivamente Juan Pablo II:
«El principal recurso del hombre es, junto con la tierra, el hombre mismo. Es su
inteligencia la que descubre las potencialidades productivas de la tierra y las
múltiples modalidades con que se pueden satisfacer las necesidades humanas» (72)
El Santo Padre precisa aún más, y concreta, su pensamiento: «El hombre... es
para sí mismo un don de Dios» (73) Le corresponde, pues, al hombre explotar
responsable y con iniciativa los bienes que el Creador ha puesto a su
disposición.
87. En su
enseñanza, la Iglesia tiene presente el hecho de las evoluciones demográficas.
Sin embargo, se ve interpelada por campañas que siembran el miedo al futuro. Los
promotores de tales campañas no han asimilado la lógica de la amplia duración de
los mecanismos demográficos y, más concretamente, lo que la ciencia de la
población llama «transición demográfica» (74). Ante estas campañas, la Iglesia
se preocupa sobre todo de la promoción de la justicia en favor de los más
desprotegidos. Ciertos grupos propagan el control obligatorio de la población
por medio de la contracepción, la esterilización e incluso el aborto; creen ver
en estas prácticas «la solución» de los problemas planteados por las diferentes
formas de subdesarrollo. Cuando esta recomendación procede de naciones
prósperas, parece la expresión del rechazo de los ricos a afrontar las
verdaderas causas del subdesarrollo. Es más, los métodos proclamados para
reducir la natalidad producen efectos más nocivos que los males que pretenden
remediar. Dichos perjuicios son más perceptibles a nivel de derechos del hombre
y de la familia.
2. Solidaridad con la
familia
88. Sólo cuando
se reconocen y promueven los derechos de la familia, puede darse un desarrollo
auténtico, respetuoso de la mujer y del niño, así como del derecho a la rica
variedad de culturas. En el contexto de este desarrollo humano auténtico existe
una verdad moral fundamental que no puede ser cambiada ni por las leyes ni por
las políticas demográficas, sean éstas patentes o disimuladas. Dicha verdad
fundamental es ésta: la vida humana debe ser respetada desde la concepción hasta
la muerte natural. La calidad de una sociedad no se expresa sólo por el respeto
que se profesa a la mujer; se manifiesta asimismo por el respeto o desprecio a
la vida y a la dignidad humana.
En la
Centesimus Annus, Juan Pablo II precisa que dicho respeto a la vida debe ser
fomentado en la familia. «Hay que considerar a la familia como el santuario de
la vida. En efecto, es sagrada: es el ámbito donde la vida, don de Dios, puede
ser acogida y protegida de manera adecuada contra los múltiples ataques a que
está expuesta y puede desarrollarse según las exigencias del auténtico
crecimiento humano. Contra la llamada cultura de la muerte, la familia
constituye la sede de la cultura de la vida» (75)
89.
Descubriendo en la familia el «santuario de la vida» y el «corazón de la cultura
de la vida», los hombres y mujeres pueden liberarse de la «cultura de la
muerte». Ésta comienza por la «mentalidad anti-niño», tan extendida en la
ideología del control forzado de la población. Los esposos y la sociedad han de
reconocer en cada niño un don deseado que les viene del Creador, un don precioso
que ha de ser acogido y amado con gozo (76).
Junto con los
esfuerzos por poner en práctica políticas familiares, se ha de proclamar también
el valor inherente a cada niño en cuanto ser humano. Confrontado con las
evoluciones demográficas, el hombre es invitado a valorar los talentos que el
Creador ha dado a cada uno para realizar su desarrollo personal y contribuir de
modo original al de la comunidad. En fin de cuentas, Dios no ha creado al hombre
sino para incorporarlo a su designio de vida y amor.
Las palabras de
S.S. Pablo VI, citadas más arriba, deben seguir haciendo reflexionar a los
responsables de las naciones: «...Vuestra tarea consiste en conseguir que el pan
sea suficientemente abundante en la mesa de la humanidad y no en fomentar el
control artificial de nacimientos -que sería irracional- a fin de disminuir el
número de comensales en el banquete de la vida» (77).
Ciudad del
Vaticano, 25 de marzo de 1994.
Alfonso Cardenal López
Trujillo
Presidente del
Pontificio Consejo para la Familia
S.E. Mons. Elio
Screccia
Secretario
_________
NOTAS
1. Ver Juan Pablo II, Exhortación Apostólica
Familiaris Consortio, 22 de noviembre 1981, 31; AAS 74 (1982), p. 117.
2. Ver
Population Reference Bureau, World Population Data Sheet, 1993.
3. Daniel Noin, Atlas
de la population mondiale. Paris. Reclus. La Documentation française, 1991, p.
22.
4. El breve índice de natalidad, calculado
agregando las tasas de natalidad por edades, permite comparar los tiempos y el
espacio de los comportamientos de la fecundidad, por lo que se eliminan
prácticamente los efectos lesivos a los diferentes estractos, por edad, de la
población.
5. Ver Pontificio Consejo «Cor Unum»,
Pontificio Consejo para la Pastoral de Migrantes e Itinerantes, Los Refugiados,
un reto a la solidaridad, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1992.
6. Ver Juan
Pablo II, Encíclica Laborem Exercens, 14 de septiembre 1981, 19; AAS 73 (1981),
p. 625.
7. Este fenómeno puede verse en los
diferentes países de Europa, en especial en Italia, Francia, Alemania y España.
8. Se considera confiable por los
observadores, el censo de 1991 realizado en el país más poblado de África,
Nigeria, que ha dado 88,5 millones de habitantes, mientras los datos oficiales
señalaban 122,5 millones de habitantes, es decir, una sobreestimación de ¡34
millones!
9. Este fenómeno puede observarse en varios
países. Sin embargo, en el pequeño país de Rwanda hay una fuerte concentración
demográfica, a causa de la emigración a esta región fértil, unida a un alto
nivel de procreación.
10. La importancia de las relaciones
natalidad-población podrían aclararse con el ejemplo de Bolivia, que tiene el
índice de natalidad más alto de América Latina y, al mismo tiempo, es de las
naciones más baja en densidad.
11. Durante la «primera revolución
demográfica», en los países no desarrollados, los progresos de la medicina
disminuyen la mortalidad en general, mientras que la natalidad aumenta (relación
inversa). En la «segunda revolución demográfica», por ejemplo en la Europa
actual, la medicina sigue disminuyendo la mortalidad, pero también disminuye la
natalidad.
12. Véase, por
ejemplo, World Population Monitoring, 1991, Population Studies, 126, United
Nations, Nueva York 1992; The Sex and Age Distributions of Population, The 1990
Revision of the United Nations Global Population Estimates and Projections,
Population Studies, N. 122, United Nations, Nueva York 1991, y 1991 Annuaire
démographique, United Nations, Nueva York 1993.
13. Ver Juan Pablo II, Encíclica Sollicitudo
Rei Socialis, 30 de diciembre 1987, 11-26; AAS 89 (1988), pp. 525-547.
14. En 1991, la Academia de las Ciencias
estudió la cuestión de la relación recursos-población, ver más abajo nn. 56-57.
15. Todos sabemos que cuando se habla de
«crisis» agrícola en Estados Unidos o en la Comunidad europea, no se trata de
crisis de sub-producción sino de crisis de super-producción.
16. Ver Declaración mundial sobre la
nutrición, Conferencia mundial sobre la nutrición, Organización de las Naciones
Unidas de la Alimentación y la Agricultura, Organización mundial de la Salud, 12
de diciembre 1992.
17. Ver Relación de la Conferencia Mundial de
las Naciones Unidas sobre la Población, Bucarest, 19-30 de agosto 1974, Naciones
Unidas, Nueva York 1975, Resolución IX, pp. 45-46.
18. Ver Declaración de Méjico sobre la
población y el desarrollo, Recomendación 4, Relación de la Conferencia
internacional sobre la población, 1984, Naciones Unidas, Nueva York 1984, p. 16.
19. Ver Declaración de Río sobre ambiente y
desarrollo, Relación de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Ambiente y
Desarrollo, Río de Janeiro, 3-14 de junio 1992, Naciones Unidas, Nueva York
1992, Vol. I, pp. 8-12.
20. Por ejemplo, el desastre de Chernobyl en
1986.
21. Juan Pablo II, Sollicitudo Rei
Socialis, 25; AAS 89 (1988), p. 543.
22. 1) Modifican la estructura del mucus
cervical haciéndolo impenetrable a los espermatozoides. 2) Modifican la
movilidad de la trompa de Falopio, impidiendo el paso del huevo fecundado de la
trompa a la cavidad uterina. 3) Alteran el desenvolvimiento normal del
endometrio, de modo que no sea apto para la implantación del embrión. Estos dos
últimos efectos son abortivos y prevalecen cuando la píldora estroprogestativa
no llega a bloquear la ovulación y, por tanto, a funcionar como contraceptivo.
23. Además de la píldora estroprogestativa,
hay en el comercio otros productos hormonales llamados intencionalmente
contraceptivos. En realidad actúan impidiendo la continuación del embarazo, que
concluye con el aborto. Se trata de píldoras o sustancias inyectables o
implantables (como el Norplant, p.e.) que alteran el endometrio y la movilidad
de las trompas, sin bloquear la ovulación y, por tanto, actúan como abortivos.
Dichas sustancias pueden administrarse a la mujer continuamente o en el caso de
relaciones que se consideran fecundas («la píldora del día siguiente»).
24. Relación de la Conferencia Internacional
sobre la Población 1984, op. cit., Recomendación 18, pp. 21 y 22. En el texto
francés falta la frase siguiente: «en ningún caso debe estimularse como método
de planificación familiar».
25. Vacunas anti-hcg o anti-gonadotropina
coriónica humana.
26. Depo-Provera (Acetato de
Médroxyprogesterona); Noristerat (Enanthate de Norestiterona).
27. Ver Juan Pablo II, Encíclica
Centesimus Annus, 1 de mayo 1991, 25, 29; AAS 83 (1991), pp. 822-824, 829, donde
el Santo Padre presenta la verdad sobre el hombre en el contexto del
derrumbamiento de los regímenes comunistas.
28. Juan XXIII, Encíclica Mater et Magistra,
15 de mayo 1961, 191; AAS 53 (1961), p. 447.
29. Ver Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes
(1965), 5, 8, 47, 51.
30. Ibid., 50.
31. Ver Ibid., 87.
32. Pablo VI, Discurso a la Asamblea de la
ONU, 4 de octubre 1965, 6; AAS 57 (1965), p. 883.
33. Pablo VI,
Encíclica Populorum Progressio, 26 de marzo 1967, 37; AAS 59 (1967), p. 276.
34. Ver Pablo VI, Encíclica Humanae Vitae, 25
de julio 1968, 10; AAS 60 (1968), pp. 487-488.
35. Ver Ibid., 11-18; AAS 60, pp. 488-492;
ver más abajo n. 76.
36. Ver Ibid., 17; AAS 60 (1968), p. 493.
37. Ibid., 23; AAS 60 (1968), p. 497.
38. Ver Pablo VI, Carta Apostólica Octogesima
Adveniens, 14 de mayo 1971, 10-12; AAS 63 (1971), pp. 408-410.
39. Ibid., 18; AAS 63 (1971), pp. 414-415.
40. Pablo VI, Alocución a los participantes
en la Conferencia mundial de la Alimentación, 9 de noviembre 1974, 6; AAS 66
(1974), p. 649.
41. Ver Mensaje del VI Sínodo de los Obispos
a las Familias cristianas del Mundo contemporáneo, 24 de octubre 1980, 5.
42. Juan Pablo II, Familiaris Consortio, 30,
31; AAS 74 (1982), pp. 116-117.
43. Juan Pablo II, Alocución a Don Rafael M.
Salas, Secretario General de la Conferencia internacional 1984 sobre la
Población, y Director ejecutivo del Fondo de las Naciones Unidas para la
Población, 7 de junio 1984, 2; Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 1, 1984,
p. 1628.
44. Ver Relación de la Conferencia
Internacional sobre la Población, 1984, op. cit, Recomendación 18, pp. 20-21;
ver más abajo n. 32 y n. 34.
45. Ver Congregación para la Doctrina de la
Fe, Instrucción sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la
procreación, Donum Vitae, 22 de febrero 1987, capítulo III; AAS 89 (1988), pp.
98-100.
46. Juan Pablo II, Encíclica Sollicitudo Rei
Socialis, 25; AAS 80 (1988), pp.543, 544.
47. Juan Pablo II, Centesimus Annus, 39; AAS
83 (1991), p. 842. En sus palabras «guerras químicas», el Santo Padre toma la
fuerte expresión de Pablo VI en la Alocución a los Participantes en la
Conferencia Mundial de la Alimentación, más abajo n. 49.
48. Juan Pablo II, Sólo respetando la
dignidad de la persona, la humanidad será capaz de afrontar el reto demográfico,
Alocución a la Academia pontificia de las Ciencias, 4-6, 22 de noviembre 1991,
en L'Osservatore Romano, 23 de noviembre 1991, p. 415.
49. Ibid., 6.
50. Cardenal Angelo Sodano, Ambiente y
Desarrollo en la óptica cristiana, en L'Osservatore Romano, Edición francesa, n.
25, 23 de junio 1992, p. 7.
51. Ver Mensaje del Episcopado
Latinoamericano a la Organización de las Naciones Unidas, Bolletino della Sala
Stampa Vaticana, 19 de noviembre de 1992, n. 437, p. 12. «Es preciso vigorizar
la cultura de la vida contra la cultura de la muerte que cobra tantas víctimas
en nuestros pueblos. Jamás habría un progreso real, digno del hombre, por el
camino del atropello al ser humano. Es urgente decirle a la humanidad, como un
clamor sin equívocos: ¡Respetemos el don sagrado de la vida! Este clamor surge,
con nueva fuerza, desde el corazón de nuestros pueblos que hace 500 años
recibieron el Evangelio de Jesucristo. (...) para un auténtico progreso humano
salvaguardando "las condiciones morales de una auténtica ecología humana"
(Centesimus Annus, 38). Resulta doloroso que se busque un desarrollo económico
que termine secando las fuentes de la vida convirtiéndose en cultura de la
muerte».
52. Ver Concilio
Vaticano II, Gaudium et Spes, 50.
53. Ver Juan Pablo II, Centesimus Annus,
38-40, 49, 51; AAS 83 (1991), pp. 840-843, 854-856, 856-857.
54. Ver Ibid., 32-34; AAS 83 (1991), pp.
832-836.
55. Ver Ibid., 30; AAS 83 (1991), pp.
830-831.
56. Ver Concilio
Vaticano II, Gaudium et Spes, 69; Juan Pablo II, Sollicitudo Rei Socialis, 28,
31; AAS 80 (1988), pp. 548-550, 553-556; Centesimus Annus, 58; AAS 83 (1991),
pp. 831-832.
57. Ver Juan Pablo II, Centesimus Annus, 31;
AAS 83 (1991), pp. 831-832.
58. Ver Juan Pablo II, Alocución a Don Rafael
M. Salas, Secretario General de la Conferencta Internacional 1984 sobre la
Población, y Director ejecutivo del Fondo de las Naciones Unidas para la
Población, 2; Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII. 1, 1984, pp. 1626-1628;
ver más arriba nn. 45-49, 51, 54, 55, 57.
59. Ver Juan Pablo II, Centesimus Annus, 39,
47, 49; AAS 83 (1991), pp. 841-843, 851-852, 854-856.
60. Puede citarse de nuevo el Mensaje enviado
a la Organización de las Naciones Unidas por los obispos de Latinoamérica (ver
más arriba n. 59): «Somos conscientes del problema demográfico que existe en
algunos de nuestros países, pero no es lícito transitar por caminos reñidos con
la ética para enfrentarlo. No se pueden aceptar las campañas sistemáticas contra
la natalidad organizadas por Instituciones Internacionales y Gobiernos, muchas
veces presionados, contra la identidad cultural y religiosa de nuestras
naciones».
61. Ver Juan Pablo II, Familiaris Consortio,
11, 14, 28; AAS 74 (1982), pp. 91-93, 96-97, 114.
62. Ver Concilio Vaticano II, Gaudium et
Spes, 51; Pablo VI, Humanae Vitae, 12-14; AAS 60 (1968), pp. 488-491; Juan Pablo
II, Familiaris Consortio, 29-31; AAS 74 (1982), pp. 114-120.
63. Carta de los Derechos de la Familia,
presentada por la Santa Sede, 22 de octubre 1983, artículo 3.
64. Ibid., artículo 3 a), b), c). Sería útil
que las Naciones Unidas publicasen una Carta de los Derechos de la Familia.
65. Ver Juan Pablo II, Familiaris Consortio,
35; AAS 74 (1982), pp. 125, 126; y véase la Declaración final de la reunión
sobre métodos naturales de regulación de la fertilidad, en L'Osservatore Romano,
edición en lengua Española, n. 19, 7 de mayo 1993, p. 9: Los expertos reunidos
entonces decían: «Los métodos naturales son fáciles de enseñar y comprender. Se
adaptan a todos los contextos sociales y no están condicionados por el nivel de
alfabetización. La salud de la madre y del niño resultan beneficiadas al
espaciar los nacimientos, lo cual no daña ni a la madre ni al niño. Los métodos
naturales no ponen en peligro la salud de la pareja. Con estos métodos,
centrados en la mujer y basados en el respeto de la integridad de su cuerpo,
quedan respetados los derechos de la mujer y de su marido».
66. Juan Pablo II, Carta a las Familias, 2 de
febrero 1994, 12, y Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2366-2379.
67. Muchas veces, dichas informaciones son
provisionales; por tanto, es preciso verificarlas y ponerlas al día teniendo en
cuenta la diversidad de las situaciones actuales en los distintos países y
regiones. Hay que ser conscientes también de la falta de exactitud de las
proyecciones demográficas que toleran, por ejemplo, una imprecisión de 660
millones de habitantes en las proyecciones a veinte años de la población
mundial.
68. Ver Juan Pablo II, Familiaris Consortio,
47, 48; AAS 74 (1982), pp. 139, 140.
69. Ver Juan
Pablo II, Laborem Exercens, 19; AAS 73 (1981), p. 625; Familiaris Consortio,
22-24; AAS 74 (1982), pp. 106-110; Carta Apostólica Mulieris Dignitatem, 15 de
agosto 1988, 19, 30; AAS 80 (1988), pp. 1693-1697, 1724-1727.
70. Ver 2 Cor
6,14.
71. Ver Juan
Pablo II, Encíclica Veritatis Splendor, 6 de agosto 1993, 90-94; AAS 85 (1993),
pp. 1205-1208.
72. Juan Pablo II, Centesimus Annus, 32; AAS
83 (1991), p. 833.
73. Ibid., 38; AAS 83 (1991), p. 841.
74. Ver más arriba, n. 5.
75. Juan Pablo II, Centesimus Annus, 39; AAS
83 (1991), p. 842.
76. Ver Concilio
Vaticano II, Gaudium et Spes, 50.
77. Pablo VI, Discurso a la Asamblea de la
ONU, 6; AAS 57 (1965), p. 883.